Liszt en Villa D’Este

23 Jun
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Retrato de Liszt a los 29 (por Henri Lehmann)

Cuando Franz Liszt llegó a Roma en 1860 contaba 49 años. Conservaba una salud y aspecto envidiables, pero hacía ya tiempo que había dejado de ser ese intérprete y compositor arrebatado, rey de las reuniones poético-musicales de París, que era perseguido por fans enfervorizadas para arrebatarle un mechón de su melena, o solo tocarle. Separado de Marie D’Agoult, primera compañera y madre de sus tres hijos (harta ella de sus continuas infidelidades); cada vez más ajeno a las disputas musicales con coetáneos como Brahms o Shummann (el otro bando en la  “guerra del romanticismo”); y quizá cansado de décadas de gira continua y de la incomprensión del público de Weimar, llegaba a Roma para conseguir que su amante, la princesa Carolyne Sayn-Wittgenstein, obtuviera la nulidad de su primer matrimonio, y poder desposarla. Pero en Roma no les dieron esa nulidad y Lizst permaneció soltero.

En cualquier caso fijó su residencia en Roma toda esa década, pasando breves temporadas en el palacio Villa D’Este en la cercana Tívoli. Por primera vez se sentía libre de ataduras, aunque no inexpugnable frente a los golpes del destino, que fue cruel con Liszt en esa década. En 1859 muere su hijo Daniel y en el 62 su hija Blandine. En el 66 su hija Cósima abandona a su alumno y protegido Von Bülow para fugarse con Wagner. Católico convencido, aunque quizá no muy ejemplar para la moral pacata de la época,  algo empezó a cambiar en el interior de Liszt. En 1965 tomó las órdenes menores. Esta condición, previa al sacerdocio, no le permitía celebrar misa pero sí vestir los hábitos.

Franz Liszt en 1870

Franz Liszt en 1870, con 59 años

Resulta inevitable imaginar al “mefistófelico abate” paseando su vestimenta eclesial por los jardines de Villa D’Este, en la tranquila y apartada Tívoli. Ya no tiene que demostrar que es el mejor pianista de su tiempo, no le apetece enarbolar la bandera de ningún movimiento, no acude cada noche a los salones de la alta sociedad a hacer gala de su magnética personalidad. Guarda sus dotes de gran conversador para los amigos que van a visitarlo. Sin embargo no se consagra a una vida ascética: viaja a menudo y conserva sus alumnos. Empieza a componer obras para piano de carácter más experimental que su producción anterior (buena parte de ella en el ciclo “Años de peregrinaje”). Progresivamente su paleta se vuelve más oscura, su acabado menos «brillante». Años más tarde, y mucho antes que ningún otro compositor, se atreve a jugar con la atonalidad en obras como Mosonyi y Unstern. Un alumno, entre horrorizado y fascinado le preguntará  al oírlas: “Maestro, ¿es posible esta música?”.

 

Dos obras inspiradas directamente por Villa D’Este llevan su nombre junto a sus cipreses y sus fuentes. Aún son de estructura clásica en cuanto a tonalidad pero armónicamente están lejos de ser convencionales. La melodía se aprecia diluida como en una acuarela. El tempo, una marca de Liszt como intérprete, se vuelve sinuoso. La melancolía y la evocación son constantes. Abstrayéndose es posible sentir, al escuchar “Los juegos de agua de Villa D’Este”, brotar el agua de los caños de la fontana del draghi; y con “Los cipreses de Villa D’Este” empequeñecer bajo su fúnebre porte en el paseo de las Cento fontane. ¿Lizst, el primer impresionista?: escúchenlo. Si puede ser en las históricas grabaciones de Alfred Brendel para Phillips mejor que mejor. Y, por favor, si aún no han estado en Villa D’Este, ¿a qué están esperando?

 
BREVE HISTORIA:
En 1550, el cardenal Hipólito II d’Este, empezó a construirse una quinta de recreo junto al convento de Benedictinos de Tívoli. El arquitecto napolitano Pietro Ligorio se encargó de trazar los planos y el boloñés Thomaso Chiruchi de las fuentes. Los mármoles y muchas estatuas se “tomaron” de la finca del emperador Adriano, Villa Adriana. De aspecto exterior sencillo, la villa fue dotada de jardines suntuosos donde los surtidores, las fuentes y las estatuas componían un decorado de típica elegancia manierista. El cardenal eligió las laderas occidentales de la villa, escalonando los jardines a lo largo de más de 3 ha, que recibieron a todos los grandes hombres de su época. Tras estos años de esplendor sobreviene un lento declive.  En 1759, cuando las zarzas habían invadido los paseos y las fuentes habían enmudecido, Fragonard y Hubert Robert, becarios de la Academia de Francia en Roma, acampan aquí todo el verano, y dejan un extensa colección de dibujos de la Villa. Renace en el siglo XIX con el cardenal Gustav von Hohenlohe, anfitrión de Liszt. Tras la primera guerra mundial es adquirida por el estado italiano.
plano de Villa D'Este

plano de Villa D’Este

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